El 20 de marzo de 1856, doscientos ochenta
estadounidenses u otros que han adoptado esa nacionalidad, al mando del coronel
Luis Schlessinger, del ejército de Nicaragua, se encontraron en la Hacienda
Santa Rosa, a diez y ocho millas de Guanacaste, en esta república, con un
cuerpo del ejército de Costa Rica, compuesto de 600 a 1.000 hombres: y en el
espacio de 15 minutos, sufrieron una terrible derrota. No se encuentra un hecho
semejante en la historia de los ejércitos americanos, a no ser el saqueo de la
ciudad de Washington. Todas las ventajas del tiempo y de lugar estaban a
nuestro favor; el prestigio del valor americano estaba en riesgo de un golpe;
todo contribuía a ganar la batalla; pero ninguna de estas ventajas ni todas
ellas juntas, nos libraron de una cruel y vergonzosa derrota. Diario "El Nicaragüense", 14 de abril
de 1856.
Fue un 20 de marzo y en suelo tico donde se gestó
la más grande batalla librada por nuestros compatriotas con el ánimo de
cimentar la libertad y expulsar al indigno invasor.
No fue Rivas, fue Santa Rosa el testigo mudo de
la hazaña costarricense que en mucho, hemos cometido el pecado histórico de
relegar.
El maestro mexicano, José Vasconcelos, escribe en
recuerdo de Santa Rosa:
“Costa Rica, rompiendo su aislamiento, venciendo
su modestia, se constituye en conciencia de la América española. El 20 de marzo
es fecha que debiera ser festejada en todo el continente […] sin rencores, pero
también sin arrepentimientos. En este día todos los maestros de escuela de la
América española deberían relatar a sus alumnos los pormenores de esta gloriosa
acción de armas”.
Santa Rosa significó el culmen del heroísmo de
nuestros antepasados. La bota invasora insultaba la soberanía, los mercenarios
con su parloteo anglosajón profanaban la sagrada tierra que nos pertenece.
La patria no espera. José Joaquín Mora, general y
estratega, férrea esperanza de libertad. Coraje y gallardía. Hombre de fe,
escribía las peripecias del ejército tico en su informe: “Mucho costó conducir
los dos cañoncitos de a tres, por lo quebrado e impracticable del camino".
Si Rivas fue el último episodio de la guerra,
Santa Rosa fue el factor decisivo para expulsar de suelo nacional al
filibustero. No fue una batalla cualquiera. Significó nuestra libertad.
La vieja casona y sus corrales aledaños fueron el
escenario perfecto para que la gesta se consumara. Informaba el general Mora:
“Los filibusteros no hicieron ni un tiro; nos aguardaban de cerca, con la
esperanza de que su primera descarga nos derrotaría. Tampoco los nuestros
dispararon hasta hallarse a veinte varas del enemigo.
Rompieron entonces un fuego sostenido, que duró
como tardaron los costarricenses en llegar a las cercas. Desde este instante,
solo los piratas dispararon. Los nuestros saltaban a los corrales, sin que el
mortífero fuego que sufrían bastara para detenerlos. Allí murió el valiente
oficial Manuel Rojas. Una vez dentro, no hubo ya esperanza para los
malhechores; el sable y la bayoneta los hacían trizas y ellos, aterrados, ni
atinaban ofender con sus tiros".
A 158 años de la Batalla de Santa Rosa, el pabilo
humeante de la memoria de esos héroes no debe quedar en el olvido.
Santa Rosa, tierra sagrada que fuiste el terreno
fértil para que la sangre invasora quedara estéril. Santa Rosa, lugar de
peregrinación de nuestras más íntimas emociones al evocar la valentía de tus
hijos.
En Santa Rosa fue, en esencia, donde aprendimos a ser nación
libre.
Autor de este artículo: M.Sc Erich Francisco Picado
Argüello
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