jueves, 20 de marzo de 2014

Una organización inoperante

Adolfo R. Taylhardat
Cuando se aprobó la Carta Democrática Interamericana muchos pensamos que finalmente la OEA había sido dotada de la herramienta que le hacía falta para actuar con eficiencia frente a los abusos de los gobernantes contra la institucionalidad constitucionalidad, las violaciones del estado de derecho y los atropellos contra los derechos humanos. El artículo 1º. de la CDI lo dice todo: “Los pueblos de América tienen derecho a la democracia y sus gobiernos la obligación de promoverla y defenderla”.

Esto no pasó de ser una mera ilusión. El desprestigio de la OEA, por lo menos en lo que tiene que ver  con sus competencias en el ámbito político ha ido “in crescendo”, pero para que no quedara la más mínima duda quedó esculpido para la posteridad en la reunión del Consejo Permanente de esa organización en la cual, a solicitud del gobierno de Panamá, se examinó, o mejor, se intentó examinar la situación prevaleciente en Venezuela.

Si hasta ahora los gobiernos de América - con tres honrosas excepciones: Panamá, Estados  Unidos y Canadá – se mantuvieron indiferentes a lo que sucede en nuestro país, en la reunión del Consejo Permanente evidenciaron el más colosal cinismo. El pánico a las iras del Júpiter criollo II - que ya se habían manifestado con la ruptura de relaciones diplomáticas con Panamá – prácticamente paralizaron el intento de lograr que la OEA tomara cartas para, por lo menos, impedir que la crisis venezolana siga agravándose.

Una vez más los que se dicen países hermanos de Venezuela pusieron de manifiesto su incapacidad para librarse de la dependencia a la cual han sido sometidos por la petrochequera del oprobioso régimen que hoy detenta el poder aquí. Y no es por falta de información, porque los medios de comunicación internacionales, especialmente la televisión ha mostrado hasta la saciedad las atrocidades, los atropellos, los asesinatos, las violaciones los disparos a quemarropa, los maltratos físicos, las detenciones arbitrarias que a diario comete el gobierno empleando la Guardia Nacional y las brigadas de salvajes asalariados que operan bajo las instrucciones  directas  del ilegítimo.

Se necesita ser bien desvergonzado e impúdico para cerrar los ojos ante los acontecimientos en los cuales los estudiantes, la juventud, y a esta altura toda la Venezuela democrática se enfrenta, sin armas, a contingentes militares y paramilitares que no tienen el más mínimo recato para agredir a multitudes indefensas que protestan contra el desabastecimiento, la inseguridad, las detenciones ilegales, los asesinatos de jóvenes mujeres y muchachos.

Esto no se lo perdonaremos nunca a esos gobiernos impúdicos. Y no se trata de que estemos cobrando la hospitalidad que numerosos perseguidos políticos de esos países recibieron en tierra venezolana cuando sus países eran víctimas de atropellos a las libertades políticas y los derechos humanos. Algunos de ellos que gracias a esa hospitalidad salvaron sus pellejos y lograron luego alcanzar descollantes posiciones en sus países, podrían, por lo menos, alzar sus voces y solidarizarse no con el dictador, sino con el pueblo venezolano.

 Pero no, la declaración del Consejo Permanente de la OEA tiene la osadía de manifestar “reconocimiento, pleno respaldo y aliento a las iniciativas y los esfuerzos del Gobierno democráticamente electo de Venezuela y de todos los sectores… para que continúen avanzando en el proceso de diálogo nacional, hacia la reconciliación".

Nuevamente pregunto ¿cuál diálogo? ¿La pantomima montada por el ilegítimo para engañar al mundo, haciendo creer  que está propiciando la reconciliación de los venezolanos? Bien mentecatos son los gobernantes que se han tragado el anzuelo y se han dejado engañar con esos cantos sirena. ¿No se han dado cuenta que cada llamado al diálogo va acompañado de un arremetida cada vez más violenta, feroz y cruel contra la población indefensa? Y para colmo califica la dictadura de “gobierno democráticamente electo”

Si eso es a lo más que pudo llegar al Consejo Permanente de la OEA, lo mejor es cerrar esa pulpería y dejar que cada pueblo tome el camino que mejor le convenga para restituir la normalidad constitucional, el estado de derecho, el respeto a las libertades individuales, la solución a sus agobiantes problemas económicos, el reabastecimiento de los artículos de primera necesidad, el reaprovisionamiento de medicamentos esenciales para la salud del pueblo, particularmente para los que padecen de enfermedades graves, otros tantos problemas que aquejan al ciudadano y le deterioran su nivel de vida.

Finalmente dos palabras acerca de la entrevista que le hizo Christian Anampour al ilegitimo: este último evidenció el cinismo más descomunal y monstruoso. Se dedicó a repetir las consabidas acusaciones de golpe de Estado, de guerra económica y la misma diatriba con la disidencia. Del lado de ella, total escepticismo y difidencia hacia lo que escuchaba de boca del entrevistado.

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